AUTOCONTENCION
A lo largo de diez años de labor en las artes visuales, el artista guatemalteco Jorge Linares (Ciudad de Guatemala 1986) nos ha compartido su lenguaje cargado de arquitecturas fragmentadas, sutilmente interrumpidas por una espora de titanio y de vidrio templado que nace de las ruinas tropicales y de concreto armado de un lugar sin reposo.
El tráfico y la publicidad son el la obra de Linares una carga formal y conceptual que se decanta en una poética del caos, paradójicamente a distancia.
Es entonces donde la captura digital del dron, define los linderos de un universo estridente al que pertenecemos, al que emocionalmente asistimos a su nacimiento, a la post producción de una épica severa, inabarcable en su movimiento frenético de dibujo, síntoma de resquicio inhóspito de alguna calle impregnada de hastió, cansancio y violencia en silencio.
En la obra de Linares, delicadamente cada arista de la ciudad vencida por su ansiedad insoportable, encuentra un eco en la reconfiguración modular de un fragmento de paisaje, en la simulación de un movimiento construido digitalmente para sugerir un espacio imposible, un escenario austero y fragmentado, donde sucede otra realidad, otro cerramiento palpitante de anuncios sobrepuestos, de arquitectura agonizando de posibilidades.
En la práctica de Jorge Linares, su proceso y sensibilidad no escapan a una asimilación del desgaste y la saturación provenientes de la neurosis consumista inyectada por el capitalismo. Captura y reconfigura gestos colectivos y cotidianos, como el transcurrir en multitud sobre un paso cebra, huella descomunal y transitoria en su acción de erosionar la deriva urbana para amplificar en la construcción digital, un espacio artificial que es en realidad nuestro espacio permanentemente habitado y revisitado.
Entonces, el espacio urbano es la palestra giratoria donde se distorsionan los significados adjudicados a la forma, a la señalética y consecuentemente se desploma el cubo blanco hacia una experiencia contemplativa y abierta, como un cuento que se contiene a sí mismo en su estructura interna, sugerentemente redonda, sin principio ni fin.
De modo que esta exposición plantea autocontenciones entre nuestra conciencia y asimilación de un presente común asistido por la tecnología. Nos empuja a diseñar un mundo espejo con muchos filtros desde el cual podemos abrir nuestra habitación, que no escapa al ruido y a los disparos en las madrugadas, a la emotividad anónima que nos hace ver la urbe desde una ventana con balcones o desde una pantalla de alta fidelidad.
Marlov Barrios, 2019.
El tráfico y la publicidad son el la obra de Linares una carga formal y conceptual que se decanta en una poética del caos, paradójicamente a distancia.
Es entonces donde la captura digital del dron, define los linderos de un universo estridente al que pertenecemos, al que emocionalmente asistimos a su nacimiento, a la post producción de una épica severa, inabarcable en su movimiento frenético de dibujo, síntoma de resquicio inhóspito de alguna calle impregnada de hastió, cansancio y violencia en silencio.
En la obra de Linares, delicadamente cada arista de la ciudad vencida por su ansiedad insoportable, encuentra un eco en la reconfiguración modular de un fragmento de paisaje, en la simulación de un movimiento construido digitalmente para sugerir un espacio imposible, un escenario austero y fragmentado, donde sucede otra realidad, otro cerramiento palpitante de anuncios sobrepuestos, de arquitectura agonizando de posibilidades.
En la práctica de Jorge Linares, su proceso y sensibilidad no escapan a una asimilación del desgaste y la saturación provenientes de la neurosis consumista inyectada por el capitalismo. Captura y reconfigura gestos colectivos y cotidianos, como el transcurrir en multitud sobre un paso cebra, huella descomunal y transitoria en su acción de erosionar la deriva urbana para amplificar en la construcción digital, un espacio artificial que es en realidad nuestro espacio permanentemente habitado y revisitado.
Entonces, el espacio urbano es la palestra giratoria donde se distorsionan los significados adjudicados a la forma, a la señalética y consecuentemente se desploma el cubo blanco hacia una experiencia contemplativa y abierta, como un cuento que se contiene a sí mismo en su estructura interna, sugerentemente redonda, sin principio ni fin.
De modo que esta exposición plantea autocontenciones entre nuestra conciencia y asimilación de un presente común asistido por la tecnología. Nos empuja a diseñar un mundo espejo con muchos filtros desde el cual podemos abrir nuestra habitación, que no escapa al ruido y a los disparos en las madrugadas, a la emotividad anónima que nos hace ver la urbe desde una ventana con balcones o desde una pantalla de alta fidelidad.
Marlov Barrios, 2019.